I-Shepham-im para los fenicios, Iberia para los griegos, Hispania para los romanos y los visigodos, Al-Andalus para los musulmanes y Sefarad para los judíos, España se convirtió en una nación con los Reyes Católicos y en un imperio a partir de Carlos V.
Según los historiadores, la Hispania Visigoda es la primera vez que la península Ibérica se constituye en una comunidad nacional independiente con una identidad político-religiosa diferenciada. Durante el siglo VII, después de la conversión del rey Recaredo al catolicismo, se irá consolidando la nacionalidad común de los "hispano-godos", practicantes de una misma religión y gobernados por una monarquía con capital en Toledo. San Isidoro de Sevilla, eclesiástico y escritor, hijo de padre hispano-romano y de madre goda, es una figura emblemática de la naciente cultura hispano-goda. Autor de una obra enciclopédica en lengua latina, Las Etimologías. el denominado «Doctor de las Españas» en su Historia Gothorum (630) elevará a España a la categoría de primera nación de Occidente.
En el 711, contigentes arabe-bereberes desembarcan en las costas del sur peninsular y se enfrentan a la monarquía visigoda, debilitada por recientes guerras civiles. La victoria musulmana supone el fin de la Hispania Visigoda y el inicio del Al-Andalus, que inicialmente consituirá una provincia dependiente del Califa de Damasco (Siria) y que a partir del 929 se consolidará como un estado islámico independiente. La autoproclamanción de Abderraman III como Califa y el establecimiento de Córdoba (Qurtuba), antigua fundación romana, como centro político, económico y cultural de Al-Andalus, son dos momentos decisivos en la creación de una identidad nacional árabe-andaluza. A partir del siglo XI, problemas dinásticos provocarán una fragmentación territorial de Al-Andalus que será aprovechada por los reinos cristianos del norte peninsular para avanzar la Reconquista. La toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492 pondrá fin a la historia de Al-Andalus.
Quince siglos de presencia continua en la península Ibérica constituyen la historia de Sefarad, nombre con que los judíos designaron a Hispania. Desde su establecimiento en el primer siglo de nuestra era hasta su expulsión en 1492, la comunidad sefardita experimentó tolerancia y represión, dependiendo de las circunstancias políticas y sociales de las comunidades mayoritarias--cristianos y musulmanes--en las distintas épocas y regiones. A partir de 1391, con los asaltos a las juderías y la creciente hostilidad antisemita, los judios tienen que alterar su conducta social y religiosa para garantizar su supervivencia. Se producen así conversiones en masa al cristianismo y múltiples matrimonios mixtos, lo que dará lugar a un nuevo linaje, el judeo-converso que se extenderá por toda la geografía penínsular y que formará parte de la identidad nacional española. Protagonistas de la historia de España como Fernando el Católico, Santa Teresa de Jesús y muchos más tenían ascendencia conversa.
La génesis del Estado Moderno, que se iniciaba en la Baja Edad Media, se encaminaba hacia una homogeneización social, política y religiosa en los territorios gobernados por los Reyes Católicos. Aunque la unión dinástica de Fernando e Isabel incorporaba pueblos con distintas tradicciones culturales y lingüísticas, lo que no podía permitir era la existencia de comunidades marginales que pudieran ser consideradas como un foco de inestabilidad. el proyecto político de los Reyes Católicos, así como el de otras monarquías europeas, requería la afirmación de la autoridad real frente a obstáculos interiores y rivales exteriores y una creciente centralización política y económica. El proceso de consolidación de esa monarquía autoritaria culmina en 1492, con la toma de Granada, la expulsión de los judíos y la publicación de la primera Gramática del español. Así, conseguida la unidad territorial, religiosa y lingüística, la nueva nación española estaba lista para convertirse en un imperio transatlántico, como ocurriría a finales de ese mismo año, gracias a los viajes de Colón a América.
Si en 1492 los Reyes Católicos habían recuperado la unidad de la Hispania visigoda. Una décadas después, en 1519, su nieto Carlos V se pone a la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, defendiendo la idea de Europa, concebida por Carlomagno, como un conjunto de naciones cristianas solidarias. Su política imperial, con claras connotaciones medievales, va a encontrar oposición entre los reyes de Francia e Inglaterra, que no aceptan las pretensiones hegemónicas de Carlos V en Europa. Paralelamente, su ideal de un imperio cristiano unido se ve amenazado por los avances del imperio otomano que se encuentra en un momento de expansión en esa época. Por su parte, los nobles castellanos se resisten a que el emperador subordine los intereses de España a los del imperio, y a que las riquezas domésticas así como las procedentes de América, se destinen a financiar las guerras imperiales.